Cuando su hermana le dijo que su boda iba a ser en Las Vegas, a Diana le pareció una idea genial. Un poco exéntrica talvez (o no, si se toma en cuenta cuantas personas se casan allí), pero por lo menos el viaje prometía ser interesante.
Ahora, sin embargo, Diana estaba segura que Las Vegas debía ser el lugar más raro en el que hubiera puesto un pie, y todavía no estaba segura de si eso era algo bueno o algo malo. Probablemente era algo malo.
Lo que si sabía era que lo que los lugareños decían de su ciudad era bastante cierto: Las Vegas tenía un poder oculto que lograba que los turistas se descontrolaran totalmente. Muchos rompían los códigos morales con los que habían vivido hasta que llegaron, y con los cuales probablemente seguirían viviendo cuando se fueran. Ese dicho de “lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas” se volvía necesario para todos ellos. Seguramente la mayoría de los turistas que llegaban a la ciudad salían con alguna experiencia terriblemente vergonzosa que intentarían esconder por el resto de sus vidas.
Diana de verdad que no quería recordarlo, y al fin y al cabo había sido culpa de la Dama de Honor. Es cierto que todas sabían que al bar donde iban a celebrar la despedida de soltera no se iba necesariamente para tomar el té, pero al final el espectáculo había sido demasiado. ¿Y quien diría que su madre se iba a escandalizar de esa manera? ¿No había sido ella la que había dicho antes de entrar, con toda la serenidad del mundo, que a su edad ya lo había visto practicamente todo? Y sus amigas, que al comenzar el espectáculo estaban calladas y atentas como quien visita un museo, y al final solo seguridad pudo hacer que soltaran a esos pobres chicos… Y después todo lo que tomó llevarlas de regreso al hotel, solo para encontrarse con el patrullero de policía que traía de regreso al novio y sus amigos, después de haber pasado unas cuantas horas en la estación y haber pagado una gran suma como multa, por haber golpeado al empleado de un kiosko solo porque les había pedido identificación antes de venderles licor.
Al final, por lo menos la boda había ido bien, sin contar, claro, la pérdida de los anillos de matrimonio que aparecieron justo a tiempo en uno de los zapatos de la niña de las flores, y el corto pero memorable ataque depresivo que le dio al novio porque su hermano no había podido asistir a la boda. Y Diana suponía que la razón por la que los novios no se pelearon acerca de los acontecimientos de la noche anterior había sido porque a cada uno le había ido peor que al otro, y porque ambos habían terminado la noche con altos niveles de alchool en el sistema y no recordaban muchos detalles.
En fin, Diana no pensaba regresar a Las Vegas en lo que le restaba de vida, y si lo hacía, por lo menos no volvería a tomar el papel de “responsable”, se aseguraría de tener mucho licor en la sangre, lo suficiente para sobrevivir la estadía, o por lo menos para después no recordarlo.
1 comentario:
Adriana, muy gráfica tu historia... La verdad me dio curiosidad leerla a partir de tu relato acerca de ella, y creo que hubieras hecho muy mal en descartarla. Representa muy bien la impresión que la pobre Diana tiene de ese catastrófico lugar no?
Me pareció muy original.
Saludos!
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